El 27 de diciembre de 1939 Edwin H. Sutherland pronunció la conferencia inaugural de la reunión anual de la American Sociology Society, de la que era presidente, dedicándola a un tipo de delitos que hasta ese momento no había recibido la suficiente atención por parte de los estudiosos de la criminalidad. Hasta entonces, el comportamiento delictivo se relacionaba principalmente con cuestiones como la pobreza, la desestructuración social o los desórdenes mentales. Sin embargo, Sutherland acuña el término “delito de cuello blanco” para referirse al delito cometido por un individuo profesional o de los negocios con un alto estatus social y económico, el cual aprovecha la confianza que le otorga su estatus y la oportunidad que le brinda el puesto que ocupa. Detrás de este tipo de delitos suele estar también el beneficio económico, aunque aquí, el matiz estriba en que el delincuente ya posee un nivel social y económico que, en principio, no debería presionarlo mucho para buscar dinero, cuanto menos hacerlo por medios fraudulentos.
Son grandes directivos, financieros del alto standing o profesionales muy valorados y reconocidos que generalmente suelen disfrutar de buenas condiciones de vida, con una economía personal muy solvente y con todas las comodidades y lujos que le otorgan, en mayor o menor medida, su condición de profesional de “éxito”. Sin embargo parece que, o esto no le es suficiente, o el tener mucho le presiona para querer tener más, siguiendo aquel refrán que dice: “el corazón del avaro se parece al fondo del mar, ya pueden llover riquezas que no se llenará”.
Para tratar de explicar esta tipología delictiva, Sutherland crea la Teoría de la Asociación Diferencial, en donde explica que las conductas delictivas no son innatas sino aprendidas. El ser humano, al vivir en sociedad, se relaciona continuamente con otras personas, entre las cuales puede haber personas que no respeten la ley, de las cuales aprende que el delito tiene sus ventajas y sus justificaciones. Esta relación con personas o con un contexto que ofrecer una visión positiva del comportamiento delictivo, haría que el sujeto también acabe asumiendo estos comportamientos como lícitos. La asociación diferencial se produce al vivir inmerso en un mundo, el de los negocios “a toda costa”, en donde se produce una organización social diferencial regida por unos códigos de comportamiento enmarcados en la ilegalidad, que son transmitidos por aprendizaje y reforzados mediante claras técnicas de neutralización de las que hablábamos en un post anterior.
Este autor nos habla de que la organización puede estimular el fraude, erradicarlo o mantener una posición ambivalente. El primer tipo de organización favorece la aparición de delincuentes de cuello blanco a través de la convivencia con un contexto asociativo en el que prevalece una opinión favorable respecto a la violación de la ley. Si la organización se asienta además en un entorno social, político y legal que es permisivo, el fraude se convierte es un elemento estructural y cultural que queda fuertemente arraigado. Esto puede verse en diversos países, donde el fraude y la corrupción infectan todos los estratos sociales, desde el trabajador, al funcionario, desde el empresario al político.
Evidentemente, esta teoría tiene sus limitaciones explicativas y ha recibido enormes críticas respecto a su simplicidad y falta de profundidad. Sin embargo, aporta algunos elementos de interés para los que analizamos el comportamiento del fraude.
Uno de ellos es la visión distorsionada que el defraudador va generando de su comportamiento, pues el delincuente de cuello blanco generalmente no tiene una visión negativa o egodistónica de sí mismo, sino todo lo contrario. Éste se percibe en un estatus de superioridad y en un contexto de actuación donde sus actos no solo no son fraudulentos, sino que son los adecuados y ajustados a sus circunstancias. Esto en parte se ve apoyado por un contexto social y, en muchas ocasiones también legal, que no desaprueba o no lo considera un criminal. Esta visión general positiva, junto con elementos de justificación, le permiten evitar el proceso estigmatizador de sentirse y ser visto como “un delincuente”.
Otro elemento clave que participa en la comisión de este tipo de delitos es el abuso de la confianza. El delincuente de cuello blanco goza generalmente de un estatus de prestigio, a veces conseguido de forma lícita y profesional, lo que le genera una imagen de confianza entre subordinados y superiores. El éxito profesional le lleva a una posición de responsabilidad, pero también de privilegio, maneja grandes presupuestos o/y equipos. Delante de él se toman las grandes decisiones y fluye el dinero, los beneficios y las comisiones. Es una zona donde incluso lo objetivo, lo cuantificable y los balances debe-haber se tornan abstractos mediante el maquillaje financiero, la ingeniería contable o la optimización fiscal. En este contexto, el delincuente de cuello blanco utiliza su posición, sin la cual no podría estar en el lugar adecuado, y la confianza que otros han depositado en él para llevar a cabo el fraude. Desde esta posición, el engaño es más fácil y cómodo porque las víctimas se dejan llevar, creen u obedecen las indicaciones del defraudador. Víctimas que pueden ser en estos casos clientes o subordinados, pero también sus propios jefes o los accionistas para los que trabaja. Esta situación le permite conseguir sus fines sin apenas resistencia y sin mucho esfuerzo por su parte, lo que facilita el condicionamiento y repetición de la conducta fraudulenta.
Jorge Jiménez Serrano.
Director del Máster en Análisis de Conducta en Gestión del Fraude.
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